Impuestos a la comida chatarra: ¿la solución a los problemas de salud?

En los últimos años, en el mundo ha crecido una corriente orientada a frenar el alto consumo de alimentos ultra procesados que han sido señalados como una de las más grandes causas del incremento en los casos de enfermedades crónicas no transmisibles, en personas de diversos rangos de edad, género y nivel socioeconómico.

Y es que afecciones como hipertensión, diabetes, dislipidemia, enfermedades coronarias, otros síndromes metabólicos e incluso ciertas enfermedades mentales están asociadas al incremento en la cantidad y la frecuencia de productos altos en azúcar, grasas trans, conservantes, potenciadores de sabor, sodio, entre otros ingredientes utilizados en su elaboración.

Ante este problema, y más aún, cuando jóvenes menores de 20 años han comenzado a desarrollar enfermedades asociadas a estos malos hábitos alimentarios, la Organización Mundial de la Salud (OMS), desde hace varios años ha planteado la opción de gravar con impuestos a los alimentos de este tipo, con el ánimo de hacer que la gente disminuya su consumo y que busquen otras alternativas más saldables, como frutas, verduras y fuentes de proteína vegetal o animal, sin procesar.

Recuperada de: Food News (2023)

Sin embargo, estudios tomados en los últimos diez años indican que, si bien hay una merma en el consumo de esta clase de comidas, los resultados en la salud de los habitantes parecen no evidenciarse, tras el incremento en el costo de la denominada comida chatarra.

Más impuestos no son mejor educación alimentaria

En primer lugar, hay que saber diferenciar entre la carga impositiva a un producto, para tratar de disminuir su consumo y la educación para que el público conozca más acerca de ese bien y sepa de las consecuencias de su consumo. En el caso del tabaco, por ejemplo, se han conocido mundialmente muchas estrategias orientadas a que la gente fume menos, y probablemente, estas campañas educativas e impositivas han servido en que haya menos clientes nuevos; pero, aún así, muchos de los consumidores de tabaco han hecho caso omiso a las imágenes y demás argumentos, en contra de esta sustancia, dado el gran número de tipos de cáncer y enfermedades coronarias ligadas a los fumadores activos y pasivos.

El punto es que, si en una de las industrias que más daño le causa a la humanidad, como es la del tabaco o la del alcohol, aún conserva gran cantidad de consumidores en todo el mundo, a pesar de las campañas de educación, ¿qué nos hace pensar que simplemente subir los impuestos obtenga los resultados que no han logrado las anteriores iniciativas?

¿Es el dinero la respuesta?

En Estados Unidos y en España se ha comprobado con estudios que la población de menores ingresos suele ser la que más se ve afectada por la ingesta de alimentos ultra procesados y las correspondientes afecciones a la salud, debido a la alta frecuencia y cantidad en la compra e ingestión de estos víveres.

Tomada de Freepick (2023)

No obstante, cuando se subió el precio de los impuestos, la ecuación quedó desbalanceada, puesto que la carestía en la comida chatarra no trajo consigo un decremento en los precios de la comida saludable. Es decir, las verduras, las frutas, el queso, la carne magra y sin procesar, no rebajaron su precio final de venta.

Y el problema es aún mayor, puesto que, si la gente de escasos recursos compra alimentos procesados, por su bajo costo, tratando de encontrar acceso a proteínas y otros macronutrientes y micronutrientes, con el incremento del precio en estos productos y la tendencia de los alimentos saludables de conservar su precio estable, esto no obliga a las personas a mejorar sus hábitos o a comprar más inteligentemente. Al contrario, lo que hace es que las personas busquen sustitutos a la comida que habitualmente compran, lo que según se ha demostrado, conlleva solamente a la elección de productos aún más perjudiciales y a una alimentación peor, con una posterior incidencia negativa en la salud de las personas.

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Así las cosas, pretender mejorar la salud de las personas solamente encareciendo el costo de ciertos productos conlleva a otros problemas peores, la solución está en lo que reza la definición de seguridad alimentaria, que implica que las personas tengan acceso físico, social, económico y permanente a los alimentos. Por supuesto, esto no obsta que la comida debe ser nutritiva e inocua, pero antes que eso, debe ser disponible y accesible.

Y el problema es aún mayor, puesto que, si la gente de escasos recursos compra alimentos procesados, por su bajo costo, tratando de encontrar acceso a proteínas y otros macronutrientes y micronutrientes, con el incremento del precio en estos productos y la tendencia de los alimentos saludables de conservar su precio estable, esto no obliga a las personas a mejorar sus hábitos o a comprar más inteligentemente. Al contrario, lo que hace es que las personas busquen sustitutos a la comida que habitualmente compran, lo que según se ha demostrado, conlleva solamente a la elección de productos aún más perjudiciales y a una alimentación peor, con una posterior incidencia negativa en la salud de las personas”.

Tomado de Biocursounam (Blog), 2023

¿El resultado?

Aumentar el precio de una chocolatina no garantiza que el precio de las frutas o las verduras disminuyan, al contrario, puede subirlo. Además, nada garantiza que las personas sustituyan la comida chatarra, por otros más sanos. Por eso, es importante educar a las personas en nutrición consciente y alimentación balanceada, pues así entenderán realmente qué es lo que deben consumir. ¿O acaso todos saben leer una etiqueta nutricional en un empaque? Para entender un poco mejor los resultados que ha tenido este proceso, vamos a países como Dinamarca y Finlandia, el primero, gravó los azúcares, la mantequilla, las hamburguesas. Mientras tanto, Finlandia desde 1972 comenzó a educar en alimentación consciente y nutrición a sus habitantes.

Finlandia, quien en 1971 tenía la tasa más alta por muertes asociadas a enfermedades coronarias, en todo el mundo, ha educado a sus habitantes y ha creado serias políticas de prevención, lo que ha disminuido, considerablemente, el índice de muertes prematuras por obesidad. En cambio, en Dinamarca, la aplicación de impuestos trajo consigo problemas de contrabando, la gente compraba los mismos productos en Alemania, donde no estaban gravados y no se evidenciaron mejoras en la salud de los daneses, asociadas al aumento de los impuestos, por lo que el gobierno decidió acabar la medida.

O sea, es mejor educar que cobrar.

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